“El día que aprendí a volar”, novela de la “eterna migrante” Stefanie Kremser. Editorial Entre Ambos

4:45 p. m. Conx Moya 0 Comments


Como “eterna migrante”, no en vano ha vivido en veinticuatro direcciones distintas, Stefanie Kremser apuesta en su tercer libro, “El día que aprendí a volar”, por escribir sobre emigración e identidad. La novela, editada por la editorial catalana Entre Ambos, se presentaba en Madrid el jueves 19 de octubre en la preciosa librería Mujeres y Compañía. La novela, definida por su autora, como “una reconstrucción de la identidad impuesta” habla sobre la necesidad de los emigrantes de estar constantemente reinventándose y, a la manera de la exitosa Chimamanda Ngozi Adichie, cuestiona el relato único.
Jesús Casals, de Entre Ambos, comenzó la presentación del libro, destacando la importancia de una buena relación entre editoriales y libreros. Él, que ha trabajado varios años como librero en La Central, conoce bien los dos oficios. Y sin duda la autora, Stefanie Kremser, es afortunada de contar con un editor que incluso la acompaña en una presentación, algo casi imposible hoy en día. La presentación del libro y la autora corrió a cargo de la escritora Aloma Rodríguez, que tiene según Jesús, “una mirada muy fresca” sobre la literatura. Para Aloma la novela “va más allá del curioso mestizaje de una indígena bávaro brasileña”, la autora nació en Alemania, su familia es alemana y boliviana, aunque creció en Brasil. Se trata de una historia “sobre cómo nos cuentan las historias y cómo reconstruimos las historias que nos han contado”, explicó Aloma, quien agradeció que la oportunidad de presentar esta novela hubiera “sido la ocasión de conocer un libro que de otra manera probablemente me habría perdido”, en un mundo que va demasiado rápido y donde “hay tantos libros por leer y tan poco tiempo”.
La novela es un género donde cabe todo, y así “El día que aprendí a volar” tiene varias novelas dentro. Comienza de una manera impactante, con una madre que acaba de parir y arroja a su bebé. Esa niña, que sobrevive, es la narradora. La estructura de la novela se divide en tres partes. La primera narra cómo sobreviven el padre y la niña después de que la madre la tire por la ventana; la segunda parte cuenta la historia de unos europeos que emigran a Brasil buscando la prosperidad, aunque todo les sale mal y se quedan completamente aislados; la tercera parte es "una versión colorista de París Texas", según Aloma, en la que el padre y la hija van en busca de la madre.
Stefanie explica que "la idea del libro comenzó con la historia de los emigrantes alemanes". Nos cuenta que existe gente así en el sur de Brasil, comunidades aisladas que no se mezclaron con la población autóctona. Nada que ver con la autora, hija de "emigrantes urbanos, integrados y mezclados". Stefanie ha querido escribir sobre inmigración e identidad. Preguntada por Aloma, la autora explicó que la historia de la mujer que se deshace de su bebé es un hecho real que sucedió en Alemania. El rechazo de las madres a sus bebés es  "un tema tabú", a pesar de que la depresión posparto es algo frecuente. De alguna manera Stefanie juntó en su cabeza las dos historias, sobre las que se arma "El día que aprendí a volar".
Aloma destacó que en la novela hay muchos cambios de registro. La primera parte tiene forma de narración clásica, la segunda parte es oral y en la tercera vuelve a la narración clásica. Stefanie confiesaba que se trata de un “truco narrativo”, una forma de encajar las dos historias, sin llegar a construir una saga. “Buscaba agilidad”, y al convertirla en una historia coral la autora tenía la posibilidad de normalizar las familias no convencionales, de reivindicar la familia elegida compuesta por amigos, todo ello con un aire de la ligereza de la juventud, de esa etapa en la que aún no se han tomado las decisiones trascendentales de la vida. El viaje que realizan el padre y la hija reconstruye a su vez el viaje y las sensaciones que la autora sintió en su juventud al viajar de Brasil a Alemania para estudiar.
Stefanie confesó que construir la voz de la niña fue lo más difícil “pero cuando la encontré fue estupendo”. La autora pretende llegar a un pacto con el lector, sin confirmar realmente la edad de su pequeña protagonista. La niña cuenta pero no juzga, como niña que es. Stefanie insistió en que no ha querido hacer una saga, intentando escapar del realismo mágico. “En mi infancia en Brasil todo era realismo mágico. Las amigas de mi abuela paterna, en Bolivia, eran maravillosas narradoras. Sus historias eran inverosímiles pero para ellas eran reales”. Ante la apreciación de Aloma de que la forma de narrar de Stefanie, “muy visual”, le había recordado varias películas, la autora explicó que trabaja como guionista de cine y televisión. “El guionista de cine tiene ser parco al escribir. Mi única manera de hacer mi propia película es escribir una novela”. Como curiosidad, otra de las facetas de la autora es la pintura. Precisamente la colorida portada de la novela es un dibujo hecho por ella.
A la pregunta de qué autores o libros la habían influenciado mientras escribía la novela, la autora reconoció haberse inspirado fundamentalmente en “no ficción”. En concreto leyó muchas cartas de alemanes que emigraron a América en el siglo XVIII. También leyó el diario del tío de su bisabuelo y se inspiró en un viaje a Pozuzo, Perú, una colonia formada por inmigrantes tiroleses y prusianos en el siglo XIX, siguiendo los patrones de sus países originarios, donde se mantuvo durante décadas una vida bastante aislada.
La autora bromeó con su revoltijo de lenguas, portugués como lengua de infancia, alemán como lengua de familia, estudio y ahora de escritura, el español por su lugar de residencia, lo que refuerza ese mestizaje al que estamos abocados, como mundo cada vez más pequeño e interconectado. 

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