#SinPedirPermiso De cuando reproducíamos en las ondas las tripas del Molo

9:40 p. m. Conx Moya 0 Comments



La libertad de prensa es un derecho democrático que sirve para que los ricos tengan todos su diario (…). Y es que lo mismo nos da que sea público o privado, que nos mienta o manipule un patrono o el estado (…). Comunicación horizontal contra la del capital. Hechos Contra el Decoro
No era cuestión de hacer en una radio libre como Radio Akra la programación convencional que se podía encontrar en cualquier otra radio. Por mucho que quisieran estar encima de la actualidad del barrio y cuidaran el aspecto formal de lo que hacían, siempre se mantuvieron próximos a los colectivos de contrainformación de la época. Del Nodo50, Sindominio o la Agencia UPA sacaban noticias sobre los centros sociales y okupaciones, el movimiento antimili, entrevistas con activistas y pensadores de todo el mundo y una importante cantidad de actividades sindicales, políticas y culturales de carácter alternativo. Cuando el Molotov pasó a ser un periódico mensual, Zeko participó en varias asambleas de la UPA en la librería Traficantes de Sueños. En medio de una enorme expectación y un montón de ordenadores de última generación llenos de pegatinas reivindicativas, entre gente, cables, libros y carteles, Zeko recogía ejemplares del Molo, que luego trasladaba al colectivo de Radio Akra.
Para lo musical, tan importante en la emisora, mantenían un archivo muy apañado de revistas. Sus preferidas eran el Ruta 66, el Rockdeluxe y el Popular1. Marina dejó en la radio su colección de la efímera Boogie y Zeko aportó fotocopias de números antiguos del Ajoblanco. Habían llegado al acuerdo de que irían dejando números atrasados en la radio a disposición de todos. Se comprometieron a no mangar las revistas y a mantenerlas en el mejor estado posible. En aquellos tiempos en los que la información se encontraba sobre todo en soporte papel, aquellas manoseadas publicaciones eran un pequeño tesoro.
Pasaba lo mismo con los fanzines. En Radio Akra mantenían un estrecho contacto con los chavales de El Fanzine de las Hermanas Clarisas, quienes tenían un programa en una radio libre de la capital, Radio Resistencia. El Cosmonauta Eléctrico les abasteció de una colección extensa de sus inclasificables trabajos; les chiflaban sus historias del fin del mundo, las visitas al planeta Caca o el curso de Economía neo-liberal por correspondencia. Marcos se había aficionado a los fanzines de la mano de Manolito el cocinero, buen entendido en la materia y encargado de una sección en el Joputo World. Manolito les ponía en contacto con publicaciones de toda la geografía nacional y de otros países. En Radio Akra muchos eran también seguidores del fanzine de los «Bruttos mecánicos», el Mondo Brutto de Grace Morales y Galactus. Marina lo compraba todos los meses, lo dejaba en la radio para que durante un tiempo sus compas pudieran leerlo, y luego fotocopiaban artículos que dejaban para el archivo. Les chiflaba el humor descacharrante de la publicación. Un amor que, a pesar de su querencia por las diabluras, no compartía Marcos, que hacía poco caso a la revista.
Ellos mismos publicaron también su propio fanzine Emitiendo sin pedir permiso, en el que todos se animaron a colaborar con artículos, noticias, dibujos y música. Se repartían de manera gratuita en fiestas, centros sociales, bares amigos y todo tipo de eventos y, como sello de «no identidad», en aquellas hojas mal fotocopiadas nadie firmaba lo que escribía. Marina se animó a participar con varios artículos: «La radio que vivimos peligrosamente», la serie «Estampitas de un siglo que acaba» o «Fanzinerosos: mirando a los ombligos de los demás»…, con los que poco a poco se fue soltando a hacer públicos sus escritos, también de forma anónima.
Con independencia del gusto por los cómics o los ilustradores, los chicos de Radio Akra atesoraban con satisfacción todas las publicaciones en las que tuvieran cabida artículos sobre música y cine. Aquellos datos eran oro puro para sus programas, en especial en los primeros tiempos, cuando apenas había acceso a Internet y en la radio no podían ni soñar con instalarlo. Las búsquedas de información eran entonces lentas, exhaustivas y, en ocasiones, desesperantes, pero merecían la pena. Nunca volvieron a sentirse tan felices preparando los programas como entonces, pues el esfuerzo sin duda aumentaba la satisfacción. Por no hablar de las veces en las que buscando un dato se entrecruzaban otras tantas historias, cien veces más interesantes, y que generaban una nueva madeja de la que tirar. Cuántas veces las benditas casualidades se cruzaron en el camino de aquellas investigaciones suyas, tan gratificantes y satisfactorias.


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