May

12:16 a. m. Conx Moya 0 Comments


Como cada año Sandra pasaba las vacaciones con su madrina. Los padres de la joven tenían un negocio que les obligaba a trabajar todo el verano y la madrina un precioso apartamento en primera línea de playa. A Sandra le encantaba el mar, así que desde los 8 años ya eran siete los veranos que habían pasado juntas. La madrina la entendía, la adoraba y la mimaba, con la alegría de las mujeres que, encantadas con los niños, no habían tenido hijos ni los deseaban. Ni siquiera la entrada de Sandra en la adolescencia había estropeado su especial relación.

Algo había cambiado en los últimos dos años. La presencia en casa de la madrina de una chiquitina morena, que había llegado como un huracán de los campamentos de refugiados saharauis, trastocó la rutina de Sandra. La pequeña, Mariam, llegó al pueblo junto con otros niños saharauis del programa Vacaciones en paz. Mariam, de ocho años, era muy menuda, mucho más pequeña y delgada que los niños españoles de su edad. Tenía un leve problema de asma y parásitos intestinales, pero por lo demás era una niña fuerte y valiente. No lloró ni un solo día durante las vacaciones y, aunque a veces las lágrimas asomaban a sus ojos, aguantaba como una campeona. Mariam se integró muy bien en la rutina veraniega de la casa, y la falta de niños en casa de la madrina no fue problema, porque ella se encargaba de prepararle muchas actividades y cuidaba por que se relacionara con niños de su edad.

Así la pequeña Mariam mostraba muy a menudo su exuberante sonrisa, acompañada de sus expresivas caídas de ojos, lo que hacía que Mariam resultara deliciosa y llamara la atención allá donde fuera. A su belleza unía que era una niña alegre, dócil, bien educada y muy cariñosa. La madrina sentía que había tenido mucha suerte. Pero para Sandra la situación era muy diferente.

Sandra quería a Mariam, pero a ratos sentía que le había robado parte del cariño de su madrina y muchos de sus mimos y atenciones, y eso no le hacía sentirse muy bien. Sandra se sabía muy mayor para sentir ese tipo de celos y por otra parte Mariam era un amor.

– ¿Por qué me tienes que dejar allí con ellas? – preguntó Sandra enfurruñada a su madrina.

Esa tarde la había tocado quedarse con Mariam, la madrina tenía que hacer unas gestiones y pidió a Sandra que se quedara con la niña, las llevaría a casa de una mujer saharaui que se había instalado en el pueblo el año anterior con su marido. La madrina y la mujer se habían hecho muy buenas amigas y Sandra sabía que durante el invierno se habían visto con asiduidad, a pesar de que la mujer saharaui apenas hablaba español. La presencia de Sara en verano, y su afán por acaparar a la madrina, hacía que aún no se hubieran visto, a pesar de que a Mariam le hacía mucha ilusión visitar la casa de los saharauis.

El caso era que allí se vio embarcada, por más que pidió a la madrina que Mariam se quedara en la casa y le dejara a ella acompañarla. No hubo forma, la madrina, ciertamente sin muchos miramientos, le dejó en la casa con la niña y un paquete de regalo.

La mujer saharaui era muy joven, no recordaba si su madrina se lo había comentado, la verdad es que no le hacía mucho caso cuando empezaba a hablar de los saharauis. La madrina llevaba un par de años entusiasmada y cuando se embalaba a hablar sobre el Sahara no había quién la pusiera freno.

La saharaui se llamaba Fatma, era joven, estaba embarazada y casi no hablaba español. La tarde se presentaba fatal y Sandra se preguntaba ¿qué pintaba ella allí?

Fatma le lanzó una enorme sonrisa cuando se quedaron las tres solas, sonrisa parecida a la que acompañaba a las espectaculares caídas de ojos de Mariam. Aunque Sandra reconocía que no hacía mucho caso a la pequeña, no podía negar que la niña le adoraba. Tras la sonrisa, Fatma le explicó como pudo que estaba encantada de conocerla y recibirla en su casa, que su marido trabajaba hasta tarde y que la madrina de Sandra, que siempre le ayudaba muchísimo, era una de sus amigas más queridas.

Como a Fatma le costaba mucho expresarse en español se apoyaba en Mariam, era increíble lo bien que hablaba la niña el idioma a pesar de que sólo era su segundo verano en España. Lo tenía todo la enana, encima era muy inteligente…

Sandra no hizo especial esfuerzo por ser amable con Fatma y apenas lanzó un comentario a las explicaciones de la joven. Estaba allí a disgusto y no se preocupó en ocultarlo. Fatma se sintió triste por aquella actitud. ¿Qué se creía aquella nazarani? Ella no le había obligado a visitar su casa. Fatma podía estar paseando o haciendo mil cosas antes de ver aquella cara de amargada. Luego sintió un poco de pena, una chica tan joven, que lo debía tener todo y tan poco alegre. Y encima sin nada de tacto ni educación. Pensó que si Sandra fuera saharaui lo pasaría fatal con aquella actitud.

La saharaui no dejó traslucir sus emociones y manteniendo la sonrisa, empezó a hablar con Mariam en hasania. La niña sí que tenía el carácter de las verdaderas mujeres del desierto, fuerte, valiente, hermosa, educada y alegre. Bien por Mariam.

Sandra se sintió apartada, le habían excluido de la conversación, pero en realidad ¿qué esperaba?, se preguntó, no se había portado muy amablemente con las saharauis.

La mujer y el salón empezaron a llamar su atención y a parecerle fascinantes. Fatma llevaba una tela muy amplia de vivos colores rodeándole todo el cuerpo y tapándole un poco la cabeza, la tela a veces se le resbalaba y dejaba al descubierto su liso y brillante pelo negro. En su dedo lucía un bonito anillo de plata y unos finos pendientes por todo adorno. Apenas llevaba pintada la raya del ojo con khol negro, una forma de maquillarse tal vez pasada de moda pero que convertía en bellísimos los ojos negros de Fatma.

Las tres estaban sentadas en unas colchonetas sobre el suelo. Había tenido que descalzarse al entrar en el salón cubierto por una mullida alfombra a pesar de ser verano. No había más mobiliario que una bandeja metálica con patas donde descasaban unos vasitos, una tetera y otros cacharros.

Mientras hablaba con Mariam, que a pesar de no ser más que una niña se demostraba como una excelente conversadora y le traía un montón de noticias de los campamentos, Fatma notó que la cristiana miraba el salón y a ella con detenimiento cuando pensaba que no se daba cuenta. La cara de asco que traía cuando llegó se había ido relajando. “Bueno, tal vez al final le acabemos gustando”, pensó la saharaui. Sandra no podía dejar de mirar, cada vez más fascinada, todo lo que la rodeaba. La saharaui había empezado a hacer té en la bandeja, moviendo el té de un vaso a otro. Sandra nunca había visto nada igual.

Poco a poco la barrera que había levantado al llegar a la casa se iba derribando.

Se acordó que la madrina le había entregado un pequeño paquete envuelto para Fatma. Con timidez interrumpió la conversación de las saharauis y le tendió el regalo a Fatma.

La joven sonrió complacida y agradeció el regalo:

- ¡May! exclamó

- ¿May?, preguntó Sandra.

Mariam le explicó que es el nombre que le dan en los campamentos al esmalte de uñas. El regalo consistía en una bella cajita con varios esmaltes pequeños de diferentes colores. Fatma y Mariam se sonrieron, Sandra se incorporó a la alegría general. Los colores eran brillantes y muy bonitos, desde uno rosa clarito y discreto a un azul metálico. A Mariam le encantó el color verde y pidió a Sandra que le pintara las uñas de los pies.

- Precioso – celebró la niña con una de sus famosas caídas de ojos.

Y las tres se echaron a reír.

-¿Qué, Sandra, como lo habéis pasado al final, a que te ha gustado la visita? – le preguntó la madrina cuando volvían a casa.

- Lo hemos pasado muy bien, y la verdad es hemos roto el hielo gracias al may

-¿May?

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